lunes, 18 de octubre de 2010

La pasión descafeinada


El “biopic”, o película biográfica, es un género que nació con el cine (“Cyrano de Bergerac”, 1900) y que ha venido realizándose con cierto éxito de público y resultados irregulares. Resulta más fácil transportar la complejidad de una vida a un libro que a una película (dónde la estructura planteamiento-nudo-desenlace no suele aparecer de forma clara). Desde hace unos años abundan los que se centran en las vicisitudes sentimentales de un artista. Por lo general parten de una biografía elaborada por el familiar de un famoso fallecido y se centran en los aspectos más escabrosos de su vida, dentro de un propósito de desmitificación, a veces virulenta.
“Gainsbourg” encaja en esta categoría. Realizada por el dibujante de comics Joann Sfar, cuenta con algunos aciertos como las figuras caricaturescas que encarnan a los alter ego del cantante: en su infancia en la Francia ocupada (un gran huevo con cuatro manos, basado en un cartel antisemita) y durante su vida adulta (una figura alta, de nariz kilométrica, obsesionada por el éxito, el donjuanismo y la autodestrucción). Estos dos muñecos proporcionan, a ratos, elementos de reflexión y humor negro sobre los “demonios interiores” que a veces acaban convirtiéndonos en una parodia de nosotros mismos. El actor protagonista, Eric Elmosnino, mantiene el tipo (y el pitillo) durante gran parte del metraje.
Dicho esto, “Gainsbourg” no consiguió emocionarme en ningún momento. En pantalla el cantautor francés va pasando de un amor a otro (un desfile de chicas guapas que encarnan a Brigitte Bardot, Jean Birkin, Juliette Greco y otras muchas que lo aman inmediatamente y sin ninguna duda), y de una familia a otra (hijos que aparecen y desaparecen como por magia), sin que queden claras sus motivaciones ni ambiciones (como buen “biopic amoroso” ni se plantea que pueda ser interesante su proceso creativo, ideas políticas, visión de la vida, por qué consiguió llegar dónde llegó...). Al menos para mí, resultaba imposible sentirme parte de su vida. Algunos detalles de la película parecen indicar bastante descuido en el guión (quince o veinte años después de la guerra mundial –según indica el cambio de aspecto del personaje- Gainsbourg da una clase de música para niños de siete u ocho años “cuyos padres fueron asesinados por los nazis”... se supone que los tuvieron después de muertos...), que el director quiere salvar al final avisando de que no le interesa la verdad histórica.
Desde que muere el padre de Gainsbourg, la película se prolonga en una media hora final que resultó difícil de soportar por la mayoría de los asistentes. Más copas, más cigarrillos, más barba de tres días, más diálogos de divo descerebrado, más ligues... Sin llegar a parecerme tan insufrible como “La vie en rose” (dónde se presenta a Edith Piaff como a una imbécil que no hizo nada bueno), “Gainsbourg”, con buena factura y exagerado metraje, resulta un producto vacío que ni siquiera sirve para despertar el erotismo o el escándalo.
En cualquier caso, el festival organizado por la Alianza Francesa sigue con muy buena racha de público: sala llena y un apreciable esfuerzo por traer a Málaga lo más destacado del cine francés de los últimos años. No todas las películas pueden gustar a todo el mundo.

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