domingo, 31 de octubre de 2010

"Todo poder encarna la maldición y la tiranía" Louise Michel (1830-1905); revolucionaria francesa.

Louise Michel empieza con un prólogo que podría haber sido perfectamente un corto por meritos propios. Una ceremonia de cremación de un señor difunto ante su familia anestesiada que nos pone en situación de lo que estamos empezando a ver.
Tras esta escena, el director nos lleva a una fábrica de picardías, seguramente la última fábrica de picardías de Francia, o es posible que la última fábrica de cualquier cosa en Francia, en el momento de su cierre y del despido de sus trabajadores. ¿Y que hacer si tras 20 años de trabajo te quedan únicamente 2000 € en el bolsillo y un montón de tiempo libre? ¿Invertir en bolsa? ¿Montar un negocio? Louise Michel nos hace una propuesta diferente, invirtamos en ajustar las cuentas.

Louise Michel es un desahogo, como un ejercicio de escritura automática, a través de la cual el director nos extrae algo que teníamos oculto, las razones de los protagonistas, que nos son familiares pero que mansamente habíamos olvidado. Del mismo modo, a medida que se sucedan los hechos, vamos perdonando sus sucias artimañas y estrategias, ¡qué coño!, el fin justifica los medios. Desde ese momento, somos parte de la historia, tan culpables o inocentes como Louise Michel, desesperados como todos ellos, ya nada importa. ¿O no nos embargo la desesperanza ante los buzones de Jersey?
Louise Michel es una película artesanal, con continuos cambios de escenas entremezcladas, preciosos juegos de primeros planos y fondos, y personajes extremos, huraños, oportunistas, acabados, todos habitantes de los bordes de lo humano. Y como colofón una minúscula banda sonora en la que brilla con luz propia la inquietante plegaria Jesus Crist Mon Amour.
En fin, Louise Michel es un auténtico espectáculo que aprovecha cada segundo, sonido y centímetro de pantalla para no dar tregua, ¡Es la guerra!

viernes, 22 de octubre de 2010

¿Hasta dónde podríamos llegar?





“Un profeta”, de Jacques Audiard, tiene algo diabólico y lleno de vida. Desde el primer minuto, con el cacheo al protagonista cuando entra en prisión, nos sentimos transportados a la cabeza de Malik: asustados, sin conocer los códigos del lugar, vulnerables, desesperados por sobrevivir. Esta es la baza principal de la cinta que en 2009 ganó el premio del jurado de Cannes: la enorme capacidad de empatía que desprende el protagonista, logro tanto del actor Tahar Rahim, como de sus guionistas y realizador.
Lo terrible es que esta “compasión” (esta “pasión compartida” con la que nos metemos en la piel del personaje) la utiliza el director para encerrarnos en el infierno de la “Prisión Central” de París. Sin querer desvelar el guión, lo primero que se le exige a Malik es matar a alguien para salvar su vida (un dilema de la tragedia clásica). A partir de ahí, el “proceso de crecimiento personal” lo llevará (nos llevará) a ser más culto, más inteligente y más fuerte. Ni siquiera las acciones más censurables (pocas pero contundentes) nos apartan del joven de origen árabe en el que nos hemos convertido mientras las luces de la sala permanecen apagadas.
Toda película puede tener aspectos discutibles, cuestiones que podrían mejorarse. Pero cuando una cinta nos arrastra y nos hace olvidarnos de todo durante sus 150 minutos de metraje, sentimos que se trata de una obra maestra en su modalidad. Con “Un profeta” se sufre, se aprende, e incluso nos podemos reír en una escena como la del scanner del aeropuerto. El argumento plantea de forma natural cuestiones clave como el relevo generacional o las difíciles fronteras entre el bien y el mal.
Los elementos ausentes contribuyen a redondear la historia: no sabremos nunca porqué cumple condena Malik (se supone que por algo no demasiado grave); no sabremos mucho de su vida (solo que no tiene a nadie); las “fuerzas del orden” no aparecen en ningún momento; los islamistas tienen un papel importante, pero no se entra de lleno en su ideología. Las interpretaciones son eficaces y convincentes (especialmente la del personaje antagonista, el corso Cesar Luciani). Incluso el uso de ciertos elementos sobrenaturales (subrayados lo justo) acaba de cerrar la trama. Un guión complejo y poderoso, que se puede ver como una metáfora del capitalismo salvaje o como la crónica de un ritual de iniciación. “Un profeta”, como muchas grandes obras, plantea más preguntas que respuestas.
Quizá no era necesario hacer una crítica de una obra que durante meses ha sido la más valorada por la prensa especializada. En cualquier caso, sirve para recordar que la muestra de cine francés 2010 apunta a lo más alto y que el público sigue llenando día tras día la sala grande del Albéniz. Planteo una duda: con películas de similar calidad a las traídas por la Alianza, las sesiones regulares de este cine recuperado han estado a menudo casi vacías ¿Por qué el público malagueño se moviliza tanto para los festivales? ¿Se trata solo del tirón de la Alianza Francesa? ¿De una cuestión de promoción? ¿Habría que encadenar un mini-festival detrás de otro?

lunes, 18 de octubre de 2010

La pasión descafeinada


El “biopic”, o película biográfica, es un género que nació con el cine (“Cyrano de Bergerac”, 1900) y que ha venido realizándose con cierto éxito de público y resultados irregulares. Resulta más fácil transportar la complejidad de una vida a un libro que a una película (dónde la estructura planteamiento-nudo-desenlace no suele aparecer de forma clara). Desde hace unos años abundan los que se centran en las vicisitudes sentimentales de un artista. Por lo general parten de una biografía elaborada por el familiar de un famoso fallecido y se centran en los aspectos más escabrosos de su vida, dentro de un propósito de desmitificación, a veces virulenta.
“Gainsbourg” encaja en esta categoría. Realizada por el dibujante de comics Joann Sfar, cuenta con algunos aciertos como las figuras caricaturescas que encarnan a los alter ego del cantante: en su infancia en la Francia ocupada (un gran huevo con cuatro manos, basado en un cartel antisemita) y durante su vida adulta (una figura alta, de nariz kilométrica, obsesionada por el éxito, el donjuanismo y la autodestrucción). Estos dos muñecos proporcionan, a ratos, elementos de reflexión y humor negro sobre los “demonios interiores” que a veces acaban convirtiéndonos en una parodia de nosotros mismos. El actor protagonista, Eric Elmosnino, mantiene el tipo (y el pitillo) durante gran parte del metraje.
Dicho esto, “Gainsbourg” no consiguió emocionarme en ningún momento. En pantalla el cantautor francés va pasando de un amor a otro (un desfile de chicas guapas que encarnan a Brigitte Bardot, Jean Birkin, Juliette Greco y otras muchas que lo aman inmediatamente y sin ninguna duda), y de una familia a otra (hijos que aparecen y desaparecen como por magia), sin que queden claras sus motivaciones ni ambiciones (como buen “biopic amoroso” ni se plantea que pueda ser interesante su proceso creativo, ideas políticas, visión de la vida, por qué consiguió llegar dónde llegó...). Al menos para mí, resultaba imposible sentirme parte de su vida. Algunos detalles de la película parecen indicar bastante descuido en el guión (quince o veinte años después de la guerra mundial –según indica el cambio de aspecto del personaje- Gainsbourg da una clase de música para niños de siete u ocho años “cuyos padres fueron asesinados por los nazis”... se supone que los tuvieron después de muertos...), que el director quiere salvar al final avisando de que no le interesa la verdad histórica.
Desde que muere el padre de Gainsbourg, la película se prolonga en una media hora final que resultó difícil de soportar por la mayoría de los asistentes. Más copas, más cigarrillos, más barba de tres días, más diálogos de divo descerebrado, más ligues... Sin llegar a parecerme tan insufrible como “La vie en rose” (dónde se presenta a Edith Piaff como a una imbécil que no hizo nada bueno), “Gainsbourg”, con buena factura y exagerado metraje, resulta un producto vacío que ni siquiera sirve para despertar el erotismo o el escándalo.
En cualquier caso, el festival organizado por la Alianza Francesa sigue con muy buena racha de público: sala llena y un apreciable esfuerzo por traer a Málaga lo más destacado del cine francés de los últimos años. No todas las películas pueden gustar a todo el mundo.

domingo, 17 de octubre de 2010

Elegir madre

El Festival de Cine Francés no ha podido comenzar con mejor pie. La sala grande del Albeniz abarrotada, y una cantidad equivalente de público que se quedó en la puerta (imagino que se conformarían con la sesión la de las once). Tardes con Margueritte se titula en francés La tête en friche (algo así como “La cabeza en barbecho”) y es un canto a las virtudes de la educación y la superación personal, pero también se adentra en terrenos más escabrosos como la posibilidad de elegir una madre, de rechazar la propia, o de no ser amado por la persona que nos llevó en su vientre.
Un hombre gordo e inculto que sobrevive con pequeños trabajos conoce a una anciana, aficionada también a las palomas, que le abrirá las puertas que nunca se ha atrevido a atravesar. Una propuesta que a veces camina al borde del ridículo, pero que se sostiene por la buena interpretación de Gerard Depardieu (Giselle Casadesús, su partenaire nonagenaria lo acompaña bien sin tener que hacer grandes esfuerzos). En la línea de Un verano en la provenza, o Las horas del verano. Un convincente drama sentimental, con mensaje positivo y que consigue sacarnos alguna lágrima al recordarnos que si pretendemos mejorar una pequeña parte del mundo podemos conseguirlo:
Los asuntos más peliagudos de la trama se salvan, insisto, gracias a los actores: el total desamor de una madre, que no ha estropeado la bondad natural del protagonista; las dificultades para educarse a los cincuenta años (que no parecen ser demasiado grandes para el personaje interpretado por Depardieu)... En resumen, una película amable, con algunos desvíos que nos conectan con la tragedia y con la insuperable fuerza de la empatía entre algunos seres humanos. Madres de elección y cabezas en barbecho que pueden aportarnos algunas ideas para la vida, para seguir avanzando y para que no nos paralice el ridículo ante los afectos. La región de la Charente, al norte de Burdeos, resulta un anónimo escenario de provincias ideal para este tipo de dramas.
La programación de la Alianza Francesa había derivado desde hace unos años hacia un tipo de comedia, en mi opinión bastante tonta, aunque con cierto éxito de público en el país vecino. Esta decimosexta edición parece corregir el enfoque y trae, en principio, buenas novedades: El profeta (quizá la película mejor valorada por los críticos el año pasado), Paris, Gainsbourg, Toda la culpa es de mi madre, El pequeño Nicolás... Cintas la mayoría de las cuales han pasado por salas de nuestro país con cierto éxito. El broche de la inauguración fue un glamouroso cóctel con ostras y champagne en la azotea de la cofradía de Estudiantes, frente al teatro romano y la alcazaba, que nos hizo encontrarnos tan bien, con la vida, con Francia y con Málaga, que por una vez incluso dimos las gracias a algo relacionado con la semana santa. Una semana francesa para darnos un atracón en el excelente (y recuperado in extremis) marco del cine Albéniz: Cherchez le cinéma!